martes, 28 de diciembre de 2010

Manifiesto nº 2. Balneario “El Morro” de Tomé

Tomecinos Nativos y Adoptados.
Visitas ocasionales o esporádicas, que apreciáis nuestro terruño.

El “Consejo Comunal para el Patrimonio de Tomé”, me ha comisionado para que lo represente en este Seminario denominado “Reconstrucción y Patrimonio”, que han organizado alumnos de la carrera de Historia de la Universidad ARCIS.
Libero mi voz, respetuosa y apasionada, impregnada de sal y clorofila, para invitaros a mirar con el alma lo que acontece en nuestra ciudad comunal. Ya no es hora de preocuparnos, sino de “ocuparnos” en detener y/o evitar la “terremotización” dirigida hacia los pocos bienes patrimoniales que nos quedan.
El proceso de “terremotización” de Tomé, se inició con la quiebra y destrucción vandálica de la prestigiosa industria textil FIAP, siguió con la demolición del Edificio de madera denominado Casa de Empleados ubicado en Egaña esquina Sotomayor, donde funciona un precario terminal de taxis colectivos. Continuó al frente con la casa castillo de don Selim Molina, lugar en que se instaló un local comercial, que desde hace más de diez años se mantiene con materiales y estructura provisoria, a pocos metros de la Plaza. Lo insólito es que allí se vende materiales de construcción. El único aporte histórico a nuestra ciudad, es que son precursores en el uso de container o contenedores como moderna solución a construcciones provisorias para varias décadas. No olvidemos que en Bellavista fue demolido, nadie sabe con qué propósito, el Chalet de “Los Cerezos”.
Cabe preguntarse ¿Quiénes son los culpables de la terremotización tomecina? A nuestro juicio son aquellos(as) que tienen poca conciencia de la trascendencia del hombre y la mujer a través de sus obras. Son infractores quienes no cumplen diligente y oportunamente su función fiscalizadora, es decir, son funcionarios que no funcionan o que ignoran lo que tienen que hacer o que no asumen responsabilidades de su cargo y esperan que se les diga lo que tienen que realizar o en qué momento tienen que funcionar. Las autoridades tienen la responsabilidad de autorizar o prohibir. Los funcionarios tienen la obligación de funcionar.
Después del 27/F, muy a nuestro pesar, hemos descubierto la existencia de personas superpoderosas, capaces de provocar terremotos grado 9,9 y destruir sin miramiento lo que las fuerzas telúricas no fueron capaces de abatir. Poseen tal poder, que no ocupan sus manos y ni siquiera se ensucian. A lo más usan la fuerza de una firma o el poder de una llamada telefónica. Bajo sus órdenes, son otros los que se exponen y convierten en cómplices de sus designios. A quienes manifestamos opiniones conservacionistas o disidentes, se nos acusa de estar en contra del progreso.
¿Quiénes autorizaron y/o permitieron derribar la edificación urbana más antigua e histórica de nuestra ciudad? La canción ya la conocemos: “Yo no fui”.
La “Casa de los Hinrichsen” no alcanzó a ser “Casa de los espíritus”. Fue adquirida por la Congregación Religiosa “Hijas de la Caridad” de San Vicente de Paul, para ampliar el prestigioso colegio que administran. Bien por la educación. Esperábamos, como “caridad patrimonial”, que a lo menos se conservara la fachada del edificio, sin embargo todo fue arrasado, en un acto de violenta “terremotización” que transformó en escombros el lugar que paradojalmente era la única casona protegida por el Plan Regulador de Tomé, como Inmueble de Conservación Histórica.
El lar de los Hinrichsen, nos acompañó por más de 140 años con su sobria estampa arquitectónica. En un país como el nuestro en que los terramaremotos demuestran su poderío varias veces en un siglo, ese tiempo de sobrevivencia nos parece una eternidad, más aún cuando la presencia de la familia Hinrichsen se ha mantenido inalterable en nuestra tierra de mar por siete u ocho generaciones, siendo al parecer nuestra única y más longeva dinastía ciudadana. Es oportuna esta hora y edad para reconocer que fueron los Hinrichsen primigenios, quienes consolidaron la condición de puerto de nuestro Tomé, siendo armadores, navegantes, agentes navieros, vicecónsules, políticos, comerciantes, proveedores de agua, leña, carbón y alimentos a las embarcaciones, empresarios industriales de cerveza y gaseosas y por si fuera poco, construyeron el muelle al norte de Quichiuto, para desembarcar herramientas, materiales y maquinarias que hicieron posible la construcción de la vía ferroviaria que nos vinculó en forma segura y expedita con Chillán y Concepción.
No olvidemos que en esa casa por un tiempo más que prudente vivió desde 1876 el héroe naval Ignacio Serrano Montaner, junto a su esposa Emilia Goycolea, quienes después habitaron al frente, donde ahora está la estatua que honra a la atleta Lisa Peter. Por eso y mucho más, la perdida de la Casa Hinrichsen ha afectado la sensibilidad histórica y estética de quienes amamos y admiramos la herencia de nuestros antepasados. Observamos cómo, a vista y paciencia de todos, hemos perdido varios rasgos de nuestra facial identidad local, lo cual asombra, indigna o entristece a quienes regresan a esta tierra y se encuentran con una ciudad que en varios sectores les resulta desconocida, por el extravío de los íconos citadinos.
La triste y lamentable situación de la Casa Hinrichsen, que dejó en evidencia la debilidad de nuestras instituciones, leyes y normas destinadas a la conservación de nuestro patrimonio, no debiera ser un sacrificio inútil, debe ser la motivación para terminar con la “mantención” de nuestras escasas edificaciones patrimoniales. No sirve hacer “mantención”, ya que ello significa lisa y llanamente mantenerlas en el deplorable estado en que están. Lo que requieren, es “manutención” es decir, que reciban tratamiento de conservación y amparo.
No estamos invadiendo o atentando contra el derecho a propiedad, sino simplemente invocando con fuerza y convicción que todos los ciudadanos tenemos derecho a ser y hacer ciudad.
La ciudad como conjunto nos pertenece a todos, esta es nuestra ciudad y la ciudad de cada uno de los nativos y adoptados que por diferentes circunstancias navegamos y soñamos en ella. Los verdaderamente tomecinos, hemos forjado un sentido de pertenencia, en que olas, nubes, hojas y piedras tienen un valor que nos hace apreciar y querer el tesoro que poseemos. Amamos las calles, sus esquinas, muros y veredas. Admiramos nuestros cerros tutelares con sus jardines espontáneos y viviendas maromeras. Llega a tanto la pasión por nuestro terruño, que por el solo hecho que un vehículo de la locomoción colectiva ostente la palabra TOME, desde el momento en que subimos a él, nos sentimos como en casa.
Sin embargo, también existen quienes demuestran todo el rango que va desde la indiferencia hasta el desprecio por lo nuestro. ¿Cuál es la razón que lleva a demostrar tan poca valoración por lo que nos han heredado nuestros antepasados con originalidad, esfuerzo, calidad y resistencia?
Si hubiéramos sido egipcios ¿existirían las pirámides?.
Los mamíferos somos animales territoriales, por ello es tan normal que tengamos lugares precisos de nuestra propiedad, el lado de la cama en que dormimos, donde dejamos nuestras pertenencias, el lugar de la mesa en que comemos, nuestras calles de transito preferidas. La vereda del frente o la de acá, Los Tres Pinos o los Bagres, el Puente de los Aburridos, el Mirador del Caupolicán, el Collén contaminado o el Neuque profanado, son nuestros bienes colectivos, de tanto valor como la que tiene nuestra Plaza que nunca ha sido de Armas y el Balneario “El Morro”, nuestra mejor postal y carta turística.
La “mantención” de nuestros pocos edificios patrimoniales, nos está llevando a una suerte, mejor dicho mala suerte de cubanización de nuestra humilde arquitectura, en donde al igual que en La Habana los edificios ya han olvidado sus colores o tonos originales, a la vez que sufren reparaciones que ofenden o denigran el proyecto original. Un cruel ejemplo de ello, lo representa el caserón llamado “el Palomar” ubicado al poniente del Liceo Industrial y que a mediados del siglo pasado fuera su internado.
También hay gestos positivos. Se agradece a la Comunidad de San Francisco de Sales de Vitacura, el millonario aporte financiero que permitió demoler y devolver la estética a la Torre Campanario de la Iglesia de Nuestra Sra. de la Candelaria (sólo falta la techumbre piramidal y la cruz que sostenía el cielo). La campana, que en bajorrelieve expresa “Parroquia de Tomé, 1948, Arsenal de Marina, Thno” fue instalada al interior del campanario, sin embargo, por razones de seguridad permanece enmudecida. La otra, fundida en 1952 y que en sobrerelieve dice “Parroquia de Tomé”, sigue esperando un lugar apropiado para ser ubicada.
Dada la situación del campanario parroquial, se podría terminar con su mutismo religioso musical, dotándolo de un carillón electrónico.
La Iglesia Cristo Rey de Bellavista, gracias a su feligresía y erogaciones extranjeras, volvió a tener erguido su campanario que el terremoto reciente dejó convertido en gorro de gnomo o enanito. Sin embargo, se insiste en darle un color que no es propio al gris original, que le otorgó don Carlos Werner cuando la erigió en memoria de su hija Edith, y que lució por más de 60 años.
La Capilla de “Nuestra Señora de los Rayos” de la Población “Carlos Mahns” sigue implorando para lograr recursos suficientes que permitan su reparación o mejor dicho reconstrucción. Los estanques emplazados en el Cerro La Pampa, se han convertido en espadas de Damocles para los vecinos, dado que en cualquier momento pueden caer. El Cuartel General del Cuerpo de Bomberos, espera financiamiento para su reconstrucción y recobrar su hermoso diseño original. Debe prescindir del tercer piso que anuló su equilibrio arquitectónico y recuperar su torre que cobijaba su impresionante sirena de alarma.
La ex estación de ferrocarriles sigue con su imagen que recuerda a un bombardeo. Los túneles ferroviarios sobreviven a pesar que ya no existe el tendido de hierros paralelos. El sendero pedestre que ha quedado como mudo recuerdo, no debe ser invadido por vecinos ambiciosos. Tomé tiene la oportunidad de convertir en ciclovía esa ruta para comunicar Punta de Parra con Dichato y ser un aporte a la comodidad vial y al turismo, que sigue siendo nuestra gran esperanza de desarrollo.
Es justo destacar la sobrevivencia del ex Fuerte “San Martín” de Punta de Parra, el ex Teatro Cine Tomé, que nos heredó el profesor José Santos Bustos, la Casa de la Familia Vilches en Portales 1310, a media cuadra de la Plaza y que fuera sede de la Gobernación después del terremoto de 1939 y la Casa de la Familia Ramírez Bisset de calle Nogueira (actualmente sin moradores), que resistieron dignamente su tercer terremoto, consagrándose cada uno como paradigma de las cosas bien hechas en el pasado. Se suman a ellos los ex Sindicatos de Obreros de las Fábricas Nacional de Paños Tomé y Bellavista, las poblaciones de obreros y empleados textiles, cuyas edificaciones son posteriores al terremoto de 1939, así como el edificio de oficinas
públicas Ex Gobernación de Tomé, todos los cuales requieren un pronto y efectivo programa de “manutención”.
No todo está perdido de lo poco que nos queda, sin embargo nos asiste la duda ¿Cuánto tiempo van a durar o los vamos a conservar?

¡Aún nos queda ciudad, ciudadanos!
¡Salvemos lo poco que nos queda!

ROLANDO SAAVEDRA VILLEGAS

Profesor e Historiador de Tomé
Consejero del CPPT
romanvilleg@yahoo.es
Balneario “El Morro” de Tomé, 18 de diciembre del 2010

Mi gratitud a mis amigos Esteban Hinrichsen - Patricia Ortiz y a mi colega Paulina Hinrichsen, que me otorgaron el privilegio de ingresar a su hogar ancestral, en donde también habitó la Historia de nuestro puerto a la esperanza. RSV